Rompe el miedo: ¡hazte la prueba!

Usualmente no nos gusta hablar de SIDA o VIH, e incluso, muchas veces es molesto el simple hecho de que se nos mencione el tema. Nos causa inseguridad, nos despierta el miedo porque, muy probablemente, todos alguna vez en nuestra vida hemos tenido conductas sexuales de alto, mediano o bajo riesgo. A todos alguna vez se nos ha roto el condón, o tuvimos relaciones sexuales sin siquiera sacar al preservativo de su bolsita, o al menos una vez hemos hecho sexo oral sin protegernos. Y al final, cuando nos ponemos a sacar cuentas, resulta que mejor no queremos ni hablar de eso.

De eso. El SIDA es un fantasma que forma parte de las vidas de muchas personas que viven sin haber sido infectados por el VIH, o quizá habiendo sido infectados; la cuestión es que no saben, ni tienen idea. Para sí mismas, reconocen que pudieron haberse infectado con el virus “la noche aquella, entre copas, con aquel moreno ardiente, en esa playa sin testigos y un calor que te ponía la libido al cien”, pero evitan pensar en ello y tajantemente descartan de entre sus alternativas la idea de hacerse la prueba.

La tan mencionada “prueba”, es un análisis de anticuerpos que se le hace a una pequeña muestra de sangre, de quien está interesado en conocer su estado serológico al respecto del VIH. No se trata de una prueba que revise directamente la presencia del virus, lo que hace es dar un vistazo a las huellas que a su paso, el VIH va dejando. Si se trata de la sangre de una persona que ha sido infectada, entre las células de su plasma sanguíneo habrá vestigios de anteriores batallas libradas contra este invasor, es decir: anticuerpos. Los anticuerpos son códigos muy específicos que emplean las células del sistema inmunológico para dejar instrucciones de cómo neutralizar a los agresores, como si fueran archivos o vitácoras, y cuando estos códigos andan entre las células de la sangre, se entiende que ha habido batallas ulteriores contra, en este caso, el virus VIH.

La prueba se llama ELISA, y es la que más comúnmente se realiza en laboratorios y centros de salud. En sí, la confiabilidad de la prueba es la misma, igual de buena, en los unos y los otros. En los centros de salud, cuando el resultado generado por la ELISA es positivo (es decir, que la existencia de anticuerpos evidencia la presencia del VIH) se hace con la misma muestra de sangre una segunda prueba, llamada Western Blot, que es muy similar a la primera, pero todavía más exacta. Esto implica que el resultado final, de ser positivo, fue confirmado por una segunda prueba antes de que uno la reciba; así, un resultado negativo habla de la ausencia del virus, uno positivo, de su presencia. Ser seronegativo es no estar infectado por el virus, ser seropositivo es sí estarlo.

Realizarse la prueba implica una de entre dos consecuencias importantes: recibir un resultado negativo implica el fin de la incertidumbre y del miedo, puedes seguir tu vida sabiendo que no estás infectado y que no lo estarás en tanto te cuides durante tus próximas relaciones sexuales; por otra parte, recibir un resultado positivo es ser avisado muy en tiempo para empezar a valorar el estado del virus en nuestro cuerpo y conocer como hemos de cuidarnos.

Sin embargo, es por temor a un resultado positivo por lo que generalmente no nos realizamos la prueba. Comúnmente tenemos la idea, muy irracional por cierto, de que la enfermedad inicia una vez que nos es diagnosticada. Por eso no vamos al médico, porque no queremos que nos digan que ese dolor en la boca del estómago es una gastritis, y no vamos ni iremos hasta que la situación, por hacerse insostenible, nos obligue a pedir consulta; entonces será tarde. Lo mismo sucede con el dentista, o con la prueba de VIH. Entre las historias que surgen en torno al virus, hay demasiados casos en los que alguien muere de neumonía u otra enfermedad que surgió debido al SIDA, y que por temor a afrontar la posibilidad de vivir con VIH dejó que éste evolucionara hasta conducirle a una condición sin retorno.

¿Y nada más de SIDA? También hay historias idénticas en torno al cáncer, la diabetes e incluso a un incipiente dolor de muelas que paulatinamente condujo a la pérdida del oído. El asunto aquí es tener el valor de conocer cómo está nuestra salud, y si esta bien, seguirnos cuidando; y si está mal, corregirlo para volver a estar bien. Sin embargo cuando vamos a una consulta, generalmente nuestros pensamientos orbitan en torno al natural temor que le tenemos a la muerte, y convertimos al hecho de tomar consciencia de nuestra salud, en una aproximación a la muerte, cuando en realidad es contundentemente una aproximación a la vida.

Así pues, hazte la prueba; se trata de tu tranquilidad.

Y si vas a hacerte la prueba, aquí van tres tips que pueden serte de utilidad:

Checa si el establecimiento donde te harás la prueba te ofrece consejería o apoyo psicológico; en el peor de los casos, no querrás que te den el sobre con tu resultado y te echen a la calle para que lo abras a la orilla del Periférico. Usualmente los Centros de salud u organizaciones contra el SIDA te dan este servicio.Acude a realizártela prueba al menos dos meses después de tu última práctica de riesgo, es decir, de la última vez que tuviste sexo sin condón, que se te rompió o etcétera. Hacerte la prueba una semana después de haberte expuesto, dará un resultado negativo aún existiendo la infección.

Habla con un amigo o amiga, un familiar o con tu pareja para que te acompañe hacerte la prueba. Si es tu pareja, podrían hacérsela los dos. Sin duda se trata de un trance que es mejor pasarlo acompañado por alguien que nos pueda dar soporte y apapacho silo necesitamos.

Y un consejo más: ¡infórmate!, los nervios y el miedo suelen ser producto de ideas erróneas, datos a medias, tabúes y franca ignorancia. Si hay algo que te asusta investiga, verás que no era tan terrible como lo pensabas.

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