¡Muevete!

Históricamente, el ser humano ha desarrollado su inteligencia adaptando el entorno a sus necesidades. ¿Te imaginas qué hubiera sido de nosotros si el hombre primitivo hubiese invertido más tiempo quejándose de los dinosaurios, que acondicionando cuevas donde guarecerse de la intemperie?

Hombres y mujeres hemos evolucionado modificando cuanto nos rodea, al grado en que hoy podemos conocer el nivel de inteligencia de alguien, a partir de esa relación que tiene con su entorno. Así, reducirse a expresar quejas sin llegar a la acción, es una respuesta primitiva hacia la solución de las propias necesidades.

Apropiación del espacio, que le llaman; ya sea material o simbólico.

O sea, si te molesta ver "ciertas" publicaciones en las redes sociales de las que formas parte, ¿porqué no dejar de seguir a quienes las producen?, ¿porqué solamente expresar queja tras queja, en vez de invertir creatividad en personalizar mejor tu experiencia de Facebook, por ejemplo? Sin duda este entorno virtual tiene herramientas para filtrar, dejar de seguir o ponderar las publicaciones que te interesan.

Si tienes una relación donde la neta ni significas ni le importas, ya hablaste con el o ella para que le baje veinte rayitas a su indiferencia ¿no?, ya pusiste límites para que la relación sea mas ad hoc a lo que tu necesitas, en vez de simplemente asumir y obedecer las circunstancias que te tocaron, ¿verdad?

El Licenciado Vidriera

La base del extraño trastorno del Licenciado Vidriera, en realidad no era su absoluta certeza de estar hecho de cristal, si no ese esfuerzo constante por proteger su fragilidad contra las amenazas de la vida.

Lo conocí cuando yo era niño, a través de algún libro de lecturas de la SEP. Este primo lejano de Quijote, decían, evitaba todo riesgo innecesario, le apostaba a la comodidad más absoluta y sacrificaba cualquier felicidad a cambio del engañoso lujo de permanecer tranquilo. Vamos, porque el era de cristal.

Paradójicamente, el Licenciado Vidriera vivía con miedo. Ni tranquilo y mucho menos feliz, porque cada nuevo esfuerzo por protegerse, era una confirmación de su fragilidad galopante. Mientras más se protegía de quebrarse, él más frágil se volvía.